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Mi estancia en Gaya me ha hecho volver a vivir, a llenarme y sobre todo a encontrarme conmigo y con África y sus gentes.
Cuando llegas a un sitio y llegas vacío, te vas con el alma engrandecida y con un montón de nombres propios y lugares que jamás borrarás de tus recuerdos.
En un país donde la mayoría son musulmanes, la comunidad de cristianos es pequeña si miramos desde aquí, pero allí son muchísimos, y lo más impactante es las ganas de vivir la fe. Es una bonita comunidad. Yo le preguntaba a Isidro qué se puede hacer en un país con tan poquitos cristianos... y la respuesta fue... simplemente estar.

Así pues he estado en Níger, y cada vez que lo digo sonrío y mi corazón se ensancha. He vivido un mes de compartir muchas experiencias, desde la misa a las seis de la mañana, hasta corretear con los niños las calles detrás de un balón o jugando a las chapas.
Gaya es una ciudad pequeña, a orillas del río Níger. Al otro lado del río está Benín y Nigeria. Era época de lluvias por lo que el río bajaba caudaloso, y dejaba un paisaje lleno de contrastes: el marrón de sus aguas, el verde de los árboles y el azul del cielo.

En Gaya se habla yerma. Así pues una de mis tareas ha sido aprender yerma; cada mañana venía Amandine, mi profesora, una joven de unos 16 años, catequista de la comunidad, e íbamos a dar clase donde se celebra la misa del domingo, ahí teníamos una mesa y un par de sillas para trabajar, además de una pizarra.
Empezamos a aprender saludos y frases hechas para poder comunicarme. Es muy importante el trato con la gente y aprender su idioma lo veo imprescindible, es la mejor manera de acercarse, que te vean como alguien cercano. Eso sí: no paraba de saludar y preguntar a cada uno cómo había dormido y que qué tal su familia... después íbamos al mercado, el bullicio del mercado y la vida que hay, los puestos de la carne, las verduras, las frutas, el regateo, los olores, el ir y venir. No es sólo ir a comprar, es detenerte a saludar, hablar de todo y de nada. Te ríes, convives… Aprovechábamos y pedíamos que nos dijeran los precios en yerma, nada de francés. Sonreían de vernos calcular con los dedos, recordar si lo que decíamos era 50 o 100, pedir uno o diez...

Ya por la tarde era el momento de repasar la lección y de estar con un grupo de italianos con los que coincidimos en la misión, que venían a trabajar con Augusto, el cura de la misión, y Severino, un aparejador que lleva tres años ayudando en la misión construyendo la escuela católica que ha empezado a funcionar a principios de octubre y que hemos pintado con muchas imágenes.
Además aprovechaba para estar con Alphonse el joven guardián de la misión, de Gana y de echar un rato con Patrice, el cocinero. Así pues hablábamos francés, inglés, español y yerma. Luego aprovechaba y salía a la calle a estar con los vecinillos, un grupo de unos cinco chavales de 1 a 8 años con los que jugaba con las chapas de las botellas... Hacíamos carreras... incluso partidos de futbol con las chapas... Níger-España.

Preparábamos la cena, y en la noche clara, entre sonidos de la llamada a la oración y de fondo alguna que otra rana... nos sentábamos bajo ese cielo tan inmenso a charlar.
Atrás dejo amigos, atrás dejo sueños que espero que sean de un futuro cercano. Atrás dejo parte de mí añorando ya mi vuelta a África.
Doy gracias a los que han hecho posible este viaje, doy gracias a todos aquellos que han vivido conmigo este mes, doy gracias a Dios por tocarme el corazón
Bibiana.
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